lunes, 10 de mayo de 2010

La poesía de la tra(d)ición

Hay excelentes traducciones de este poema de Pier Paolo Pasolini. Hoy, sin embargo, me atrevo a colgar esta versión mía, que hice el 18 de junio de 2008 cuando, recién desembarcada en el país donde nací pero que no habité durante decenios, vi a mi generación encaramada a los simulacros del poder. La hice entre las tres y las cinco de la tarde, mientras la presidenta hablaba desde la plaza que ese día llamó "del amor y de los sueños" y que para mí sigue siendo la Plaza de Mayo, alrededor de cuya pirámide, falo irredentor, daban vueltas las Madres, que por entonces no se escribía con mayúsculas. Los días de esta traducción eran los días de la guerra campestre, del humo que el viento descargaba sobre la ciudad borrando sus contornos, de las señales de humo, del desconcierto. 

Y el poema era un poema terrible a mi generación.


¡Ay, generación desafortunada!
¿Qué pasará mañana? si estas clases dirigentes,
cuando se forjaron en las primeras armas,
no conocieron la poesía de la tradición
ni hicieron de ella una experiencia desdichada
porque la sonrisa realista les fue inaccesible;
y aun en ese poco que la conocieron, debían demostrar
que querían conocerla, , pero distanciados, fuera del juego.

¡Ay, generación desafortunada!
que en el invierno del 70 vestías abrigos y bufandas de quimera
y te corrompiste.
¿Quién te enseñó a no sentirte inferior?
Eliminaste tus incertidumbres divinamente infantiles:
¡quien no es agresivo es enemigo del pueblo! ¡Ah!
Los libros, los viejos libros, pasaron ante tus ojos
como los objetos de un viejo enemigo;
sentiste la obligación de no ceder
ante la belleza nacida de injusticias olvidadas,
en el fondo, te consagraron a los buenos sentimientos
de los que te defendías, como te defendías de la belleza,
con odio racial contra la pasión.

Viniste al mundo, que es grande y también tan simple,
y encontraste al que se reía de la tradición
y tomaste al pie de la letra esa ironía mentidamente impúdica
erigiendo barreras juveniles contra la clase dominante del [pasado.
La juventud pasa pronto; ay, generación desafortunada,
llegarás a la mitad de la vida y después a la vejez
sin haber gozado de lo que tenías derecho (de gozar)
y de lo que no se goza sin congoja ni humildad,
y así comprenderás que has servido al mundo
contra el cual, con celo, “dirigiste la lucha”:
era él quien quería desacreditar la historia: la suya;
era él quien quería hacer tabla rasa del pasado: el suyo;
¡ay, generación desafortunada, obedeciste en la desobediencia!
Era ese mundo el que pedía a sus nuevos hijos que lo ayudaran
a contradecirse, para continuar.
Os haréis viejos sin el amor de los libros ni de la vida:
perfectos habitantes de aquel mundo renovado
a través de sus reacciones y de sus represiones, sí, sí, es cierto,
pero sobre todo a través de vosotros, que os rebelasteis
tal y como él quería, Autómata porque Todo.
No se os llenaron los ojos de lágrimas
ante un baptisterio de maestros y aprendices
absortos de estación en estación,
ni tuvisteis lágrimas para un romance del Cinquecento
ni lágrimas (intelectuales, debidas a la pura razón).
No conocisteis o no reconocisteis los tabernáculos de los antepasados
ni las residencias de los padres tiránicos pintadas por…
Ni ninguna de las otras cosas sublimes
os estremecerán (con aquellas lágrimas abrasadoras),
ni el verso de un anónimo poeta simbolista muerto el…
la lucha de clases os acunó y os impidió el llanto:
implacables contra todo lo que no supiera de buenos sentimientos
y de agresividad desesperada
pasasteis una juventud y,
si erais intelectuales,
no quisisteis serlo del todo,
cuando era, entre tantos otros, vuestro auténtico deber.
¿Y por qué llevasteis a cabo esta traición?
Por amor al obrero: pero nadie le pide a un obrero
que no sea obrero del todo
los obreros no lloraron ante las obras maestras
pero tampoco perpetraron traiciones que terminan en chantaje
y, por tanto, en la desdicha.

¡Ay, desafortunada generación!
llorarás, pero serán lágrimas sin vida
porque tal vez ni siquiera sepas volver
a lo que por no haber tenido ni siquiera has perdido;
pobre generación calvinista, como en los orígenes de la burguesía
precozmente pragmática, puerilmente activa
has buscado la salud en la organización
(que no puede producir más que otra organización)
has pasado los días de la juventud
hablando el lenguaje de la democracia burocrática
sin salir jamás de la repetición de las fórmulas,
pues organizar no puede significarse con el verbo,
pero sí en las fórmulas,
te verás usando la autoridad paterna en manos del poder
afásico que te ha querido contra el poder
¡Generación desafortunada!
Mientras envejecía, vi vuestras testas colmadas de dolor
donde se arremolinaba una idea confusa, una certeza absoluta,
una presunción de héroes destinados a no morir…
¡ay, muchachos desafortunados, que habéis visto al alcance de la mano
una maravillosa victoria inexistente!

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