viernes, 23 de julio de 2010

Body and Soul

Cuando no puedes cambiar la fe de alguien, trata de modificar su cuerpo.

La vestimenta de la mujer victoriana en Occidente, que cubría casi todo salvo el rostro, coincidía tanto con su pudor cristiano como con su status económico. Los misioneros de la época comenzaron por exigir a los nativos africanos, o a los de las islas del Pacífico, que taparan sus partes pudendas. Luego, ya vendría el Evangelio.

La Primera guerra mundial sacudió tanto el pudor como las creencias religiosas en un Abenland que Oswald Spengler ya veía hundirse (La decadencia de Occidente) y las chicas flippers, con el pelo tan corto como sus faldas, fumaban en público mientras leían a Sigmund Freud. Después bailaban el Black Bottom al compás de los ritmos de Nueva Orleans, selváticamente africanas. Los misioneros, mientras tanto, insistían en convertir el mundo "primitivo" a sus exigencias de pudor: antes que nada, vestir los cuerpos.

Después de la Segunda guerra, los esfuerzos de Occidente se han dirigido, en creciente medida, a convertir el resto del mundo en una democracia que oculta sus raíces menos en el demos que en distintas "cracias", tendencia expuesta hacia mediados del siglo XX, por teóricos como Friedriech von Hayek, entre otros. Por entonces, los papúes del Pacífico, como me explicara mi recordado maestro Claude Lèvi-Strauss, ya usaban radios portátiles, pero no habían renunciado a portar un hueso que les atravesaba la nariz y conservaban el animismo y el tótem en sus corazones.

Actualmente, librada la guerra contra el Islam, la evangelización por el cambio de vestimenta, paralela a la transformación de todos al modelo "democrático y occidental", sectas cristianas incluidas, se encuentra en pleno auge. Sarkozy condena el burka de las infieles, objetivo ya declarado de las tropas multinacionales que se empeñan, armas mediante, en "liberar" a las mujeres de países como Afganistán. Parecen no saber, o no importarles, que se trata de los restos de civilizaciones que tienen cuatro mil años más que las nuestra.

El estado ideal, entonces, de una mujer de Herat, o de Kandahar, sería que se pasease topless o, por lo menos, vistiendo unos breves pantaloncitos, la boca pintada y sus preciosos cabellos al aire. Todo para el deleite de varones que ya conocen los lugares de entretenimiento donde espera ese caño bruñido que ayuda a las féminas, música mediante, a exhibirse en el baile que satisface los instintos más básicos. El eventual misionero cristiano se vería en apuros para citar a san Pablo en 1Corintios, 10:10: "Por lo cual, la mujer debe tener señal de potestad sobre su cabeza por causa de los ángeles". Los ángeles, como sabía san Pablo y como debería saberlo cada monja católica aun en nuestros días, no se deben tentar a causa de los cabellos de una mujer. Si se aparejan, como también sabía Enoch, nacen monstruos.

No solo es largo el camino de regreso a Tipperary, sino también hacia la reforma total de los terráqueos, perseguida con tanta saña por los poderes de Occidente. Es posible que la meta solo sea obtenible gracias a los aportes de ciertas tecnologías, merced a implantes de chips en nuestros cráneos. H. G. Wells, en La isla del doctor Moreau, ya había previsto este tipo de modificación atroz de la creación. Entonces sí, sin alma y sin ropa, entraremos en el Nuevo Reino.

Bengt Oldenburg

1 comentario:

  1. Aún estando de acuerdo en que ninguna civilización debe imponerse a las otras y en que la riqueza cultural del mundo se basa en su diversidad, también me parece razonable que se moderen ciertas costumbres en base a las leyes internacionales. No hay que ser tan extremo de poner en una balanza el burka y el bikini, hay infinitos términos medios y debe darse la libertad de elegir, algo que ni en los países que lo imponen ni en los que lo prohíben, se respeta.

    ResponderEliminar