Durante años tuve el privilegio de ser el traductor anónimo de varios libros. Los libros me importaban mucho, porque los había elegido para publicar. Esto es, había ejercido sobre ellos el estadio más puro de la crítica: me jugaba el patrimonio para que otros también los leyeran. Encargaba la traducción a uno o a otro traductor profesional, aunque en materia de traducción literaria es difícil hablar de profesionalidad. Sin embargo, eso de ser un profesional funciona muy bien en un mundo que solo cree en la rentabilidad y hay traductores que, para subrayarla, afirman traducir sólo autores de tal o cual época, de tal o cual género literario. Lo cierto es que odian su trabajo y los entiendo. Muchas veces, y en especial con el inglés, sólo tienen un conocimiento superficial y pasivo del idioma. Otras tantas veces, se les encargan obras por las cuales no sienten la menor simpatía. Otras, se comprometen a encerrarse varios meses con obras que hubiesen preferido no leer. A todo esto hay que agregar una cultura literaria muy posmoderna, que todos ellos comparten, y que les ha impedido familiarizarse con los clásicos.
Así, una vez, Anders Shandenhaus, lidiando con las memorias de Stephen Spender para nuestra editorial, se encontró ante una anécdota en la cual W. H. Auden, durante una larga jornada compartida con Spender atravesando la campiña inglesa, argumenta sobre el carácter cómico y acaso grotesco de la tragedia. Ambos poetas eran muy jóvenes. Para ilustrarlo, citó medio verso de Rey Lear. Shandenhaus no se detuvo en chiquitas y puso en boca de Auden (y de Shakespeare) las siguientes palabras:
--¡Aullido! ¡Aullido!
El verso original dice:
--Howl, howl, you men of stone!
Acaba de morir Cordelia. Pero como Shandenhaus no sabía de dónde venía la cita --tal vez ni siquiera sospechó que era una cita y lo consideró un capricho del autor-- ni se molestó en buscar Rey Lear, al menos para que lo instruyera sobre el sentido, y se contentó con el Collins. Es cierto que, según el Collins, "howl" es un aullido. Pero hay tantas palabras entre el diccionario y lo que dicen los hombres que se podría con ellas construir una escala a la eternidad.
Decir casi lo mismo, como lo señala Umberto Eco en el libro del mismo título, es materia sobre la cual especular. No cabe duda, sin embargo, que Shandenhaus había dicho otra cosa.
En estas circunstancias, como la voz del Collins es material y está fijada concisamente y en cambio la de los hombres fluye y sus fuentes son innumerables , lo que le queda al editor vocacional es pagar la cuenta, agarrar varios lápices y ocupar sus horas de ocio en retraducir, si es que conoce la lengua. Retraducir es una de las experiencias más exigentes por las que se puede pasar. Porque hay dos textos (o dos inconscientes): el original y el de la traducción fallida. Como ha pagado la cuenta y el nombre del falso traductor aparecerá en la portadilla y tendrá su correspondiente copyright , el editor vocacional no puede prescindir totalmente de ese texto, que muchas veces interfiere para alcanzar el sentido del original. Así, en la retraducción, lo que se obtiene es un "cuarto" texto, porque el tercero es el común entre el autor y verdadero traductor.
Casi nunca sale bien del todo. El cuarto texto, digo. Pero la experiencia de lidiar con tantos inconscientes a la vez y lograr algo inteligible es apasionante.
Para decir casi lo mismo hay que saber qué se dijo, algo que no resulta tan evidente para el verdadero traductor. La descripción que Stephen Spender hace de Hamburgo en los primeros días de la posguerra no solo pide conocer otros relatos de la época, haber visto algún documental, tener en casa las postales de la ciudad arrasada que se venden en las librerías de lance de París, conocer el cine de Fassbinder y, por supuesto, el inglés. Pide saber qué sintió Spender, qué teclas de su imaginario tocó aquella devastación. Es entonces cuando uno se queda a solas, ni siquiera con el poeta. Solo a solas. Y trata de pasar inadvertido, como si uno fuese nadie. Agazapado en esa soledad, en el mayor de los silencios, el verdadero traductor decide cuándo salir a la intemperie de un sentido que todavía no ha cuajado. Y a veces, solo a veces, regresa a la página de papel con un trofeo.
Spender llamaba "novela autobiográfica" a sus memorias. Y aclara casi hacia el final del libro: "Yo soy yo: héroe de una novela autobiográfica virtual, en la que doy al héroe y a los otros personajes sus nombres reales y sus atributos". Esta obra entró al castellano en 1993 con el título Un mundo dentro del mundo. Es un mal título y hoy lo cambiaría. World within World evocaba con claridad el wheels within wheels que, en inglés contemporáneo, equivale a nuestro castellano "cajas chinas", esas que, como las matrioshkas rusas, se meten unas dentro de las otras. Por esos años, La Biblia me quedaba lejos: había sido una lectura fraccionada y catequística de infancia y temprana adolescencia.
Para vislumbrar el sentido del título de Spender tendría que esperar muchos años, hasta mi lectura de Ezequiel 1:16-17.
Y el parecer de las ruedas y su hechura parecía de Tharsis. Y todas cuatro tenían una misma semejanza: su parecer y su hechura, como es una rueda en medio de otra rueda. Cuando andaban, andaban sobre sus cuatro costados; no se volvían cuando andaban.
Todavía no sé cómo titularía esas memorias.
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