domingo, 23 de noviembre de 2008

Toda la nada

Possible
La figuration d'un possible
(pas comme contraire d'impossible
ni comme relatif à probable
ni comme subordonne à vraisemblable)

le possible est seulement
un "mordant" physique
[genre vitriol]
brûlant toute esthétique callistique.

Marcel Duchamp (1913)

La gente se movía como en una colmena en las nuevas salas de la Fundación Proa, el sábado por la tarde, cuando la muestra dedicada a Duchamp se abrió al vasto público. Frente a un texto del célebre iconoclasta, escrito en su pequeña caligrafía sobre la minúscula hoja de un bloc de notas, un hiato en la muchedumbre me dejaba lugar para la contemplación.

De pronto, me sentí como en un restaurante de la Recoleta un jueves por la noche, sentado en una mesa al fresco un cálido día de noviembre, demorándome en un segundo café mientras varios clientes potenciales (y hambrientos) me sitian con miradas impacientes.

Pensando en el texto, retrocedí un paso, me di la vuelta y allí estaba: un enjambre formado por una buena docena de personas en abismal desasosiego, que esperaba su turno para inspeccionar lo que me había tenido tan absorto durante dos minutos. Uno por uno --o en parejas-- se acercaron al papelito protegido por un vidrio para, casi inmediatamente, darse vuelta y mirarme con indignación antes de marcharse. Era obvio que mi curiosidad no encontraba eco.

En el segundo piso, después de escaleras tan temibles como las del viejo CAyC, con una refrescante copa en la mano y vistas sobre el Riachuelo, siempre inmóvil de tan sólidas que han devenido sus aguas, el texto de Duchamp brilló en su escondida condición de manifiesto.

Ese posible, que no es antónimo de imposible, ni tiene referencia en lo probable, ni se subordina a lo verosímil; ese posible que es tan abrasivo como el ácido sulfúrico, ¿ha quemado cualquier estética del gesto, del gesto presentido y concebido como mera ejercitación calisténica del músculo? El papelito irritante es el mapa de la gran ruptura duchampiana, cuyas consecuencias --las buenas y las malas-- llegan hasta los tiburones de Damien Hirst.

¿No fue el orinal de 1917 una obra conceptual? Y sus discos giratorios ¿el comienzo del op-art? Y el carbón que ensuciaba los visitantes de una muestra en París en 1938, ¿un presagio de los happenings? La fría mirada de un jugador de ajedrez puso en marcha el cuestionamiento del gesto, de la impronta del autor. Más aun, puso en cuestión la idea misma de autor, aunque le haya tocado ser uno de ellos. Aparente contradicción que, seguramente, le divertía.
Pensé en el niño del cuento que, entre todo y nada, eligió la nada. Pero añadió: "quiero toda la nada".

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