viernes, 28 de noviembre de 2008

Preciosos añicos de un holograma


No. No es Queequeg.

Este retrato es el de una mujer mbayá-guaycurú, cuya tribu guerrera contribuyó a diezmar a los guaraníes del Paraguay durante la Guerra de la Triple Alianza, cuando se unieron a los bandeirantes portugueses y criollos para saldar viejas rivalidades, fundamentalmente lingüísticas. Claude Levi-Strauss, que hoy cumple 100 años serenos y lúcidos, vivió entre ellos en la década de 1930.

El mito fundador de los cadigüegodí --como también se les llama-- sostiene que en el momento de la creación, a causa de una carestía de dones que no dejaba demasiadas alternativas, el pueblo recibió el derecho divino a la explotación y el dominio de los demás linajes de la tierra. Un derecho que, si bien por divino es eterno e inalienable, no los salvó luego de un forzoso asentamiento a raíz del cual tuvieron que trocar la libertad y los caballos por el arado.

La dimensión de esta tragedia sólo puede empezar a vislumbrarse cuando, guiados por la deslumbrante narración de Levi-Strauss, comprendemos que este pueblo casi posmoderno en sus concepciones, una vez recibido el don como derecho natural, se decidió por una acción más que contracultural, contranatura. Odiaban la agricultura tanto como la procreación y entre ellos era tan corriente el aborto y el infanticidio como la caza y las incursiones. Para asegurar su supervivencia debían recurrir a la adopción, pero los niños que acogían en sus familias eran, más que elegidos, raptados en acciones de guerra. No es difícil imaginar, ante este panorama, cómo surgió en Levi-Strauss la noción de las estructuras del parentezco en tanto alianzas matrimoniales entre familias, desdiciendo a toda la antropología anglosajona, que hasta entonces hablaba del ancestro común.

Tal era el desprecio que albergaban los mbayá-guaycurú por la naturaleza que evitaban cualquier forma de representación y uno se siente tentado a concluir que los intrincados tatuajes con los que adornaban sus cuerpos no eran exactamente adornos, sino la escritura que los separó para siempre del ámbito natural. Cortados todos los lazos con el origen de ese derecho divino a la explotación y la expoliación, se sintieron a salvo de cualquier revisión y eventual reversión del mismo, siempre y cuando se mantuvieran majestuosamente aislados en sus propios modelos cognitivos de la realidad. E inmediatamente viene a la memoria otro gran pensador posmoderno, Richard Rorty, cuando relata que su primera reflexión al conocer el ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas fue: "Ahora Bush utilizará la destrucción de las Torres como Hitler hizo con el incendio del Reichstag". Simple incapacidad (o rechazo voluntario) de pensar con datos que vienen de fuera de la propia cultura, lo que tiende a confirmar que las estructuras de pares opuestos que se relacionan lógicamente en la enunciación del mito como de la ciencia, si de verdad están determinados por la estructura biológica --como intuyó Levi-Strauss--, deberían provocarnos tanto escepticismo hacia nuestra propia naturaleza como el que caracterizó a los cadigüegodí.

Y este etnólogo que fundó la antropología estructural y le enseñó a pensar a buena parte del siglo XX creía que el escepticismo llega con la edad, aunque tanto la edad como el descreímiento le pesen a la mayoría de los mortales. Para Levi-Strauss, tienen la liviandad inmaterial de un holograma.

Traduzco estas palabras que pronunció en el College de France, a propósito de la senectud, cuando lo homenajearon por su 91º cumpleaños: la oralidad del antropólogo fijada por Roger-Paul Droit en las páginas de Le Monde.

Mointaigne dijo que la vejez nos disminuye y nos merma de tal manera que, cuando sobreviene la muerte, no se lleva más que un cuarto de hombre o a un semi hombre. Montaigne murió a los 59 años y, sin duda, no pudo tener la noción de la vejez extrema en la que me encuentro hoy. A esta avanzada edad, que no pensé alcanzar, tengo la sensación de ser un holograma hecho añicos. Este holograma ya no posee su completa unidad y, sin embargo, cada parte conserva una imagen y una representación completa del todo. De manera que para mí hay ahora un yo real, que no es más que la cuarta parte o la mitad de un hombre, y un yo virtual que todavía conserva viva una idea del todo. En estos días mi vida se despliega en ese diálogo tan singular. Sé muy bien que el yo real sigue yéndose de las manos hasta la disolución final, pero les agradezco que me hayan tendido la mano porque así me han permitido el sentimiento fugaz de que es de otro modo.

Nueve años más tarde, la conversación entre los fragmentos que llamamos Levi-Strauss continúa. Feliz cumpleaños, troesma.

Nota bene: esta mañana, un diario porteño que se caracteriza por su incapacidad de pensar fuera de sus propios modelos cognitivos de la realidad, en esta ciudad tan onfálica que cree que sus leyes son universales, un recuadrito de pocos centímetros cuadradados alertaba sobre una entrevista con el filósofo belga (sic) que el canal Encuentros televisará hoy en homenaje al pensador francés. Incapacidad de saber que el ius solis americano no puede imponerse al ius sanguinis europeo. No al menos a quienes nacieron allá.


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