martes, 20 de abril de 2010

La propiedad intelectual de las mentes peligrosas


En el documental Dangerous Knowledge, de la BBC, David Malone cuenta la vida y analiza la obra de cuatro matemáticos que alteraron para siempre nuestro corpus de conocimientos. Todos ellos, Georg Cantor, Ludwig Boltzman, Kurt Gödel y Alan Turing, perdieron ese equilibrio que llamamos sanidad y acabaron con sus respectivas integridades por propia mano. De alguna manera, con la siempre erudita divulgación que caracteriza al canal público británico, lo que aquí se dice es ¡cuidado!, porque una vez adentrados en la solución de un enigma que nos otorga poder sobre el mundo sensible, ya no es posible volver atrás aunque nos cause pavor y, tal vez, terminemos alcanzados por el rayo justiciero que nos expulse de este paraíso disminuido que habitamos ahora: la cordura.

Para dar mayor dramatismo al relato, en un momento se oye una voz en off que recita, con los fríos tonos nasales del inglés de Public School, unos versos de William Blake: la estrofa inicial de "Augurios de Inocencia", de los manuscritos del poeta conocidos como "Pickering Ms".

To see a World in Grain of Sand
And the Heaven in a Wild Flower,
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour.

El conocimiento es peligroso, aunque no para nuestra cordura sino para el statu quo que se otorga cada sociedad. Esto, al menos, es lo que argumenta con sereno brillo Robert B. Laughlin en un artículo de opinión aparecido hoy en el diario La Nación, de Buenos Aires. Dicho esto, debo ahora afrontar el peligro de la ilegalidad, pues copiaré en este blog algunas partes del artículo, titulado Conocimiento privado, a sabiendas de que este diario firma con sus colaboradores un contrato por el cual deben renunciar al copyright de sus obras en favor de la empresa periodística, que es drástica y conservadora en su interpretación de las leyes de propiedad intelectual. Y es justamente la propiedad intelectual del conocimiento lo que preocupa al premio Nobel de Física. El error del cual Laughlin quiere sacarnos es uno de ingenuidad: creer, porque nos hemos educado en un sistema heredero de la Ilustración, "que la capacidad de razonar y de comprender es natural, humana y que nos pertenece por derecho propio". Dice Laughlin:
Si bien hay algo de información disponible en la escuela, donde nos la ofrecen, a veces por la fuerza, sin pedir nada a cambio, el conocimiento más valioso en términos económicos es de propiedad privada y es secreto. Los dueños de ese conocimiento no quieren hacerlo público y, ciertamente, no quieren que el Estado le dé dinero a nadie para que lo descubra.
Y sigue, más adelante, en referencia a quienes niegan la realidad de esta privatización del conocimiento:
La negación refleja una actitud muy irresponsable: se trata de la criminalización del conocimiento. Es algo sobre lo que debemos reflexionar, dado que hoy vivimos en la era de la información, una época en la que, en ciertas circunstancias, el acceso al conocimiento es más importante que el acceso a los medios físicos.
Los intentos, cada vez más tenaces, de gobiernos, corporaciones e individuos por evitar que sus rivales sepan ciertas cosas que ellos sí saben ha llevado a un crecimiento insospechado de los derechos de propiedad intelectual y al fortalecimiento del poder estatal para decidir acerca de la confidencialidad de la información.
Para Laughlin, cada vez estamos más rodeados de conocimiento peligroso y esta circunstancia no debe atribuirse a la casualidad ni verse como el producto de una conspiración, sino como "un efecto secundario de la actividad económica". Y agrega, con el sarcasmo que acompaña al verdadero realismo:
Si queremos, podemos adquirir conocimiento que no sea peligroso: números telefónicos, formas de granos de arena, etc., pero pronto nos quedaremos sin trabajo. Todo el mundo lo sabe: si queremos sobrevivir tenemos que adquirir un conocimiento que nos confiera algún poder, es decir, que sea potencialmente peligroso. Eso es lo que los demás necesitan de nosotros.
Y, en referencia a sus colegas científicos que trabajan en la esfera de lo público y en programas subsidiados desde lo público, es tajante: "los científicos sin dinero no son muy peligrosos". No son sólo las formas de lectura las que están cambiando, ni el uso de la palabra escrita, fenómenos a los cuales me he referido en este blog y en Libros en la Nube, sino la economía misma del intelecto:
[...] las tradiciones por las que una persona se beneficia materialmente gracias a la creatividad, el conflicto entre las actividades intelectuales, por un lado, y las leyes de propiedad intelectual y la seguridad nacional, por otro, los fuertes incentivos a la creación de conocimiento desechable, el costo cada vez mayor que implica localizar el conocimiento relevante en un enorme río de basura. Frente a nuestras propias narices, la edad de la razón está siendo desplazada de su nicho ecológico por la economía del conocimiento, un término cargado de ironía para una época en la que lo que se promueve es la escasez del conocimiento.

2 comentarios:

  1. No sé si Feedburner actualizará este comentario, pues no funciona muy bien últimamente.
    El libro de Robert B. Laughlin, Crímenes de la razón, donde trata en profundidad el tema de la privatización de los saberes, ha sido publicado por Katz y ya se consigue en las mejores librerías.

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