sábado, 10 de abril de 2010

La austera simplicidad de la ficción



En 2007, Crítica publicó un libro de Francine Prose bajo el título Cómo lee un buen escritor. Técnicas de lectura de los grandes maestros. Las intenciones de la autora, como lo prueba el título original de la obra, eran más modestas. En primer lugar, como ella misma ha escrito varias novelas, no se le hubiese ocurrido agregar ningún adjetivo a "escritor", mucho menos uno referido a la bondad de sus cualidades, por dos motivos: a) no parecer engreída, que siempre quita público y, mucho más importante, b) no quedar fuera de la nómina de maestros mentada en el subtítulo castellano. En realidad, el utilísimo ensayo de Prose sólo se propone dar ejemplos de lectura atenta y profesional, con el fin de que el lector corriente disfrute más de una obra y de que aquel que quiera ingresar en el terreno de la escritura dé sus primeros pasos donde debe darlos: en el ingente corpus de escritura disponible para todos.

Reading Like a Writer. A Guide For People Who Love Books and Those Who Want to Write Them es una excelente introducción a los placeres de la lectura, que muchas veces superan a las penalidades del acto de escribir. Allí, por si alguien lo había olvidado, aprendemos que Fiodor Dostoievsky y Raymond Carver; John Le Carré y Gustave Flaubert fueron, ante todo y al  igual que muchos de nosotros, lectores impenitentes. Las aventuras de los escritores con la palabra ajena me recordaron otro libro, leído hace varios años, que le compré a Antonio Ramírez de La Central, uno de los tantos sitios de Barcelona que echo de menos. Se trata de The Raymond Chandler Papers, una selección de la producción epistolar del autor y algunos artículos y ensayos cortos, sobre todo reseñas de libros y su entrevista (nunca publicada antes) con el gangster Lucky Luciano. 

Chandler era un excelente lector y un lector omnívoro, pero no comentaré aquí sus agudas impresiones sobre el Ricardo III, de W. Shakespeare, sino sus verdaderas incursiones de guerra en una obra de la literatura popular de su tiempo: una noveleta de Erle Stanley Gardner, el creador de Perry Mason, a quien lo unió una larga amistad. Cuenta Chandler, en carta a James Howard, miembro de la asociación Mystery Writers of America y curioso por saber cómo se había convertido en autor de novelas de suspense, que se inició copiando una obrita de Gardner aparecida en una de las tantas revistas que publicaban pulp.

En 1931, mi mujer y yo solíamos hacer cruceros de placer a lo largo de toda la costa pacífica y, por la noche, tan solo por tener algo que leer, yo me hacía con alguna revista barata que encontraba en las estanterías. De pronto, me di cuenta de que podría hacer cosas por el estilo y lograr que me pagaran mientras aprendía. Mi primera noveleta me llevó cinco meses, pero hice algo de cuyas bondades nunca pude persuadir a otro escritor. Hice una sinopsis detallada de un relato --digamos que de Gardner, porque era uno de los que publicaban en esas revistas y es un buen amigo mío-- y luego traté de escribir la misma historia. Después, comparé el resultado con trabajos profesionales y vi dónde había fallado en la creación de un efecto, o cuándo perdía el ritmo o cometido cualquier otro error. Después, lo rehice una y otra vez. Pero los tipos que quieren que les enseñes a escribir no lo harán. Tienen la ilusión de que todo lo que hagan será publicado. No harán ningún sacrificio por aprender el oficio. No les entra en la cabeza que lo que un hombre quiere hacer y lo que puede hacer son cosas distintas, que ningún escritor que valga la pólvora con la que se lo expulsará al infierno a través de la alambrada de espino nunca hace otra cosa, en su fuero interior, que empezar desde cero. [...] Leen algún relato en una revista, les da un subidón, y empiezan a aporrear la máquina de escribir con energía prestada. Llegan hasta cierta distancia y enseguida decaen.

Que la historia era de Gardner, lo confirma el mismo Chandler en carta al creador de Perry Mason, fechada el 5 de mayo de 1939. De qué relato se trata, es difícil de imaginar para el no erudito, pues le dice a Gardner que seguramente es el que tiene guardado en el archivo 54276-84, lo que no sorprende pensando en la ingente producción del plagiado.

Raymond Chandler ya es, en la novela negra y fuera de ella, un clásico. Y él se comportaba como los clásicos cuando sabía que la imitación es la mejor forma del conocimiento.

2 comentarios:

  1. leer y escribir son tan distintos, por eso borges dijo que leer es mas (humilde) civil que la vanidad de escribir, pocos se vanaglorian de leer, en todo caso es una virtud pasiva, denostada muchas veces (ratones). Si yo digo en la aduana del aeropuerto, escritor me miran raro, nunca pense en decir lector, como profesión, no estaría mal.

    ResponderEliminar
  2. excelente lo de chandler, los escritores se niegan a la técnica, los mata el narciso, creen estar escribiendo "la novela sudamericana", si se bajaran del caballo, por lo menos sería más divertido, no se si eso tiene cura.
    Me hace acordar al personaje que verdades que matan (dustin hoffman), que solo quería la fama y lo pago con vida.

    ResponderEliminar